5. No es país para viejos (Joel y Ethan Coen, Estados Unidos, 2007)
Si podía hacerse un noir en los soleados escenarios del cine del oeste, y donde el agente del orden (Tommy Lee Jones) termina abandonando la búsqueda del criminal y se acoge a retiro, mientras el despiadado asesino a sueldo (Javier Bardem) sale vivo tras liquidar hasta al presunto protagonista (Josh Brolin, en el rol de humilde cazador que se tropieza con una fortuna proveniente del tráfico de drogas y quiere apropiársela); algo así solo podía salir del dúo de Joel y Ethan Coen.
Para atrapar el espíritu original de la novela de Cormac McCarthy, reputado autor de la Trilogía de la frontera, se apoyaron en su fotógrafo de siempre, Roger Deakins, y se enfrentaron a los paisajes tórridos de Texas y Nuevo México, consiguiendo trasmitir la cruda violencia de la historia con el marcado contraste entre la luz natural y la lobreguez de las escenas en locaciones interiores.
Esta hibridación genérica con el wéstern tradicional, y acaso el punto más alto de la carrera de estos dos realizadores en lo que va de siglo, recibió de la crítica un notorio espaldarazo: cuatro premios Óscar, dos Globos de Oro y tres BAFTA.
6. Zodiac (David Fincher, Estados Unidos, 2007)
Lo más lógico es que si un cineasta regresa sobre el mismo tema, tienda a repetirse. Pero David Fincher es una excepción, y no hay películas sobre asesinos en serie más dispares que el trepidante y artificioso thriller Seven y la reposada y densa Zodiac (de casi 160 minutos de duración), basada en una historia real acaecida en San Francisco durante las décadas de 1960 y 1970.
Por algunos críticos considerada su obra magna, nominada a la Palma de Oro en Cannes, esta cinta renuncia a traicionar la realidad y edulcorarla con una pesquisa acelerada y la épica solución definitiva. En cambio, la indagación acerca del Asesino del Zodiaco, desenvuelta desde tres ángulos: el inspector policial (Mark Ruffalo), un caricaturista (Jake Gyllenhaal) y un periodista (Robert Downey Jr.), ambos del San Francisco Chronicle, aboga por trasmitir las horas de rutina y los puntos muertos, la persistencia y obsesión de los investigadores, mediante un guion que enfatiza en el clima psicológico de los personajes, una edición tranquila y la sobriedad de la puesta en escena.
Cuando el supuesto culpable irrumpe en la trama, dice mirando a cámara: «Yo no soy Zodiac, y aunque lo fuera, sinceramente no se lo diría». Así, Fincher prepara a los espectadores para un final que no acepta caer en las trampas de la ficción.
7. Film Noir (D. Jud Jones, Risto Topaloski, Serbia, 2007)
Aunque solo fuera por estas tres razones: la resuelta declaración de homenaje implícita en el título, el insólito país de origen y la condición de ser una película de animación, ya merecería la cinta de D. Jud Jones y Risto Topaloski entrar en la lista. Pero, además, se trata, fotograma a fotograma, de un valiente y poco usual ejercicio de adecuación de las normas expresivas del noir al formato del dibujo animado, y conseguido con muy modesto presupuesto.
Típico cine negro de antaño: un detective privado, los neones de Hollywood en oposición a las turbias pasiones que tejen el entresijo de las noches en la gran ciudad, con el infaltable jazz como música de fondo. Para el toque de modernidad, una complicación a lo Memento, donde el protagonista sufre una dificultad similar, y antes de resolver el problema de saber en qué está metido, tendrá que dilucidar quién es él mismo, aunque deba reconocer que «entre más recuerdas, más quieres olvidar».
Cabe aclarar que la de Serbia no es única en su tipo y el toque negro ha impactado en animaciones como la muy conocida A Scanner Darkly (Richard Linklater, Estados Unidos, 2006), Renaissance (Christian Volckman, Francia-Reino Unido, 2006) y la argentino-mexicana Boogie, el aceitoso (Gustavo Cova, 2009).
8. Un profeta (Jacques Audiard, Francia, 2009)
Desde su mismo nombre, las películas Serie negra (Alain Corneau, 1979) y Polar (Jacques Bral, 1984) asumían el tufillo de resumen nostálgico de una era desaparecida. Y lo cierto es que, desde entonces hasta el día de hoy, el cine galo ha perdido fuelle en el cine negro y solo reaparece en títulos aislados. Del nuevo siglo se podrían mencionar L’affaire SK1 (Frédéric Tellier, 2014), una especie de Zodiac a lo parisino, y, especialmente, esa recapitulación actual del Melville de Hasta el último aliento (1966) que es esta película de Jacques Audiard.
Valorada por debajo de El secreto de sus ojos en la carrera por el Óscar a mejor película extranjera, aunque había ganado el gran premio del jurado en Cannes 2009, Un profeta es valiosa por el drama contemporáneo que desnuda: la emigración árabe en Europa y su destino de bajos fondos, trabajos sucios, hampas y cárcel, representado por el joven Malik (Tahar Rahim, en un debut sobresaliente).
Pero, además, reluce en su aspecto formal por el manejo de la cámara en mano como recurso para la exposición de la violencia en su forma más directa. Para atemperar la brutalidad de la historia y otorgarle un correlato moral, Audiard introduce unos logrados momentos de estirpe surrealista, donde el protagonista conversa en la celda con el fantasma o proyección en su mente del hombre al que asesinó por encargo del jefe maleante.
9. Los hombres que no amaban a las mujeres (Niels Arden Oplev, Suecia, 2009)
Puede que les guste más a algunos la versión hecha por Fincher en 2011, o que prefieran otros títulos de esta oleada, como la sueca Aurora boreal (Leif Lindblom, 2007) o la noruega Headhunters (Morten Tyldum, 2011), pero sí es indudable que la adaptación cinematográfica de la exitosa Trilogía Millenium, del novelista Stieg Larson, realizada por Niels Arden Oplev (la primera parte) y Daniel Alfredson (las dos partes siguientes), fue la que colocó a la cabeza de las carteleras mundiales un curioso fenómeno nombrado nordic noir.
Con el auge de la literatura policial en esas altas latitudes, encabezado por autores como Henning Mankell, Jo Nesbø y Åsa Larssons, sale a la palestra un exótico entorno geográfico y cultural caracterizado por las bajas temperaturas y la grisura de los cielos, que esconde todo un iceberg bajo su superficie de prosperidad económica. Y el cine será vehículo ideal para que emerjan y recorran el mundo esas historias reveladoras de un orden capitalista y patriarcal, con síntomas de perturbación psicológica, soledad, misoginia, racismo y corrupción.
Filmadas al mismo tiempo, Los hombres que no amaban a las mujeres y sus dos secuelas, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, con un ritmo ágil y recursos bien aprendidos del thriller norteamericano, esta saga sueca regala el incentivo además de haber sido la plataforma de lanzamiento para Noomi Rapace, uno de los mayores talentos recién llegados a la escena mundial.
10. Shutter Island (Martin Scorsese, Estados Unidos, 2010)
En la carrera de relevos de la novela negra estadounidense tocó a Dennis Lehane encumbrarse en el nuevo siglo y que la industria del cine le prestara atención. Clint Eastwood ofreció en 2003 una adaptación de su Mystic River, bien valorada hasta el punto de tener seis nominaciones y dos Óscar definitivos para sus actores (Sean Penn y Tim Robbins). Y en 2010 apareció la versión fílmica de Shutter Island con el gran Martin Scorsese tomando las riendas de la dirección.
Puede que sea este, dentro de la amplia filmografía del creador de Taxi Driver, un título menor y de los más comerciales. Y que otra cinta policial suya del XXI, The Departed (de 2006 y remake, por cierto, de la hongkonesa Infernal Affairs) recibió mejor acogida por la crítica. Pero lo que hace de Shutter Island una elección preferible aquí es su carácter paradigmático en cuanto a las marcas más reconocibles del actual neo noir.
Por un lado, Scorsese, con su preciosismo habitual en la fotografía y dirección de arte, reconstruye el aire estilístico y el suspense del noir de la vieja escuela, y le añade unas gotas de terror gótico, a partir de una trama ambientada en los cincuenta, en la cual un par de federales (Mark Ruffalo y Leonardo DiCaprio) llegan a una aislada institución mental con la misión de encontrar a una paciente misteriosamente desaparecida.
Por otro, una vuelta de tuerca del guion diluye al final la pesquisa como locus del relato y lo enrumba hacia la mente de DiCaprio. Cuando el protagonista pasa de presunto policía a sujeto de una vivencia alucinatoria, se ilumina una variante más para la moderna descomposición psicológica del héroe.
11. The Rover (David Michôd, Australia, 2014)
Aunque solo fuera para enterarse de que detrás del vampiro más empalagoso de la historia del cine (Crepúsculo, 2008) hay en Robert Pattinson un actor de verdad, y que Guy Pearce es hoy incluso mejor que cuando filmó L. A. Confidential o Memento, ya valdría la pena subrayar esta película de David Michôd. Pero a los propósitos de esta lista, su principal valor es el de ahondar en los cauces de la hibridación genérica y en las planicies desérticas de Australia, donde George Miller cruzó el wéstern con la visión posapocalíptica, y le extrajo a Mad Max (1979) la ciencia ficción y la aventura para agregar en cambio las turbias aguas del noir.
Con un arranque tarantiniano: discusión de delincuentes a bordo de un coche, el accidente que impulsa al robo de un auto, y el dueño de este que parte dispuesto a recuperar su propiedad a toda costa y encuentra su baza en la captura de un miembro de la banda malherido. A partir de ese instante, pura road movie a través de un paisaje desolado y de humanidad en involución, con un silencioso y empecinado Pearce, cuyas claves psicológicas solo desentrañaremos en la secuencia final.
Raymond Chandler ya evidenció en El largo adiós que para el mezquino universo de las historias del género negro solo refulge como valor humano la lealtad a los afectos verdaderos. Ahora Michôd —autor de otro noir notorio, Animal Kingdom, de 2010— va a hacer que se recuerde en The Rover esa lección, cuando los espectadores conozcan qué tesoro resguardaba el protagonista en el maletero de su auto.
12. La isla mínima (Alberto Rodríguez, España, 2014)
Se cuenta que en las salas de cine españolas la gente se burlaba al ver cómo agarraba la pistola Antonio Resines en Todo por la pasta (Enrique Urbizu, 1991). A diferencia de en Estados Unidos, no ha discurrido parejo en España el boom literario de un neopolicial autóctono (Manuel Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martin) con su reflejo en el cine. Sin embargo, muchos directores se han aproximado al género por los bordes: Imanol Uribe y su thriller político Días contados (1994), Alejandro Amenábar en la intriga terrorífica Tesis (1996), y hasta Pedro Almodóvar, que inclinó al melodrama una novela de Ruth Rendell en Carne trémula (1997).
En 2002 reincidió el bilbaíno Urbizu con una de atracos, la apreciable La caja 507; y, lentamente, ha ido creciendo el inventario noir en la pantalla ibérica hasta alcanzar su hito máximo con la película de Alberto Rodríguez que alcanzó diez premios Goya de un total de diecisiete nominaciones en 2015.
¿Que se parece a la serie True Detective porque hay en ambas un asesino serial, un contrastante dúo policial, y porque las marismas de Guadalquivir recuerdan los pantanos de Luisiana? Puede ser. Pero como diría un crítico: «Es lo mismo que comparar dos wésterns porque en ambos hay caballos».
La isla mínima, con su sentido político subliminal (transcurre a inicios de los ochenta, cuando media España tiene la cabeza hundida todavía en la era franquista y el resto ya respira los aires de democracia), las excelentes interpretaciones de Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez y la fotografía de Alex Catalán, que exprime resonancias al agreste entorno y a la lluvia interminable en la secuencia de la captura del matador de adolescentes, guarda por sí misma mérito suficiente.