Era el último día del Imago, el Festival Universitario del Audiovisual Cubano, dedicado esta vez al vigésimo aniversario de la primera graduación del curso regular diurno de FAMCA. Era domingo en la tarde, y en el Pabellón Cuba parecían escasas las posibilidades de que hubiera gran asistencia a la presentación especial, exhibición y debate del cortometraje documental Los puros (2020), dirigido por la egresada Carla Valdés, recientemente laureado como el mejor en su categoría en el Festival de Cine de La Habana. La asistencia no fue tan masiva como en días anteriores del Imago, pero hablamos largamente con Carla sobre su obra, y hubo decenas de intervenciones sobre sus documentales y el lugar que ocupan en el cine contemporáneo cubano, sobre la Muestra Joven y acerca de muchas otras preocupaciones, todas ligadas a la experiencia vital de una realizadora que verificó la complicada transición de alumna brillante a realizadora imprescindible. Soy testigo de tal itinerario, porque fui su maestro, y ahora me toca en suerte opinar sobre sus obras.
Seguramente el lector más informado sobre el cine cubano sabe ya que Los puros es un documental de memoria e indirectamente autorreferencial, pues la realizadora atestigua el reencuentro en 2018 entre sus padres y amigos muy queridos, que son como familia, pues compartieron en el pasado su estancia en Bielorrusia, en los años ochenta. En esa época se conocieron y fundaron una pareja la madre y el padre de Carla, mientras estudiaban Filosofía en Minsk, y de ese tiempo vemos algunas breves imágenes en video, y numerosas fotos, colocadas todas con la suficiente inteligencia emocional como para poder imaginar aquel tiempo, rememorarlo.
A diferencia de muchos otros documentales cubanos y extranjeros de memoria, de los que se realizan desde la enfatizada primera persona del singular, Los puros prescinde de la voz en off de la realizadora, interviniendo aquí para aclarar y allá para ponderar; simplemente la realizadora se ocupa en registrar el reencuentro, de colocar ante su cámara el paulatino desgrane de los recuerdos, la compilación de impresiones sobre un país desaparecido hace más de cuarenta años, y consigue evitar milagrosamente esa alteración de la realidad que casi siempre ocurre cuando los protagonistas de las historias se colocan frente al escrutinio del lente. La naturalidad y la capacidad del guion y la edición (a cargo de Lisandra López Fabé y Lilmara Cruz, respectivamente) para que los recuerdos aparezcan en pantalla destilados por la veracidad de lo cotidiano, de modo que se contrastan escenas emotivas, íntimas (el recitativo de Pushkin en ruso; la canción tradicional como si ayer fuera hoy; el desfile de diapositivas con instantáneas que traen de vuelta el pasado) con aquellas otras, de sesgo más racional, sociológico e incluso político, en que se escucha la voz de los padres o los amigos de los padres, hablando de lo que fue, y de lo que no fue de ninguna manera, aunque lo parecía. Todo ello sin estridencias ni conferencias pontificadoras, sino dentro de la fluencia que garantiza una cómoda estructura no lineal, en la cual el espectador asume, también cómodamente, sobre todo cuando rebasa los cincuenta años, que está asistiendo a la construcción del documental que está viendo, y comparte con la realizadora, y sus personajes, el proceso de reparación de la memoria con el acento siempre colocado en las dimensiones subjetivas y afectivas.
Los puros, a pesar de que tienta al crítico con la etiqueta de documental autorreferencial, en tanto Carla filma su propia familia como testigo de excepción y cómplice, es más bien del grupo performativo, en tanto se dirige al espectador emocional y expresivamente, y ofrece un relato personalizado como vehículo para buscar cierta verdad, y saber lo que ocurrió respecto a cierto tema (la desaparición del llamado socialismo real), pero a través de una perspectiva singular, necesariamente subjetiva. Porque los seres humanos nos adaptamos mal a las desapariciones súbitas de países, épocas en que fuimos jóvenes y evidentemente felices, e inventamos entonces el antídoto de la nostalgia para tratar de comprender lo que pasó, lo que pasa todavía, lo que fuimos y todavía somos, mientras tratamos de sobrevivir a tantos desmanes, a tanto olvido. Y eso es Los puros: la constatación de que detrás de los muros que se yerguen o se derriban, detrás de los discursos y de la épica, detrás (aunque Carla los coloque delante, en primer plano) está la gente, con sus minúsculas e intermitentes ilusiones, tratando de entender el sentido esencial que tuvo todo. He aquí un documental realizado no solo para tratar de entender, sino más bien para seguir preguntándonos qué pasó, dentro de un proceso tal vez infinito de interrogaciones.
Aunque se afiliara a los mejores estamentos del documental de entrevistas y testimonios, en lugar de escarbar los prestigiosos nichos del cine autorreferencial, la tesis de graduación de Carla Valdés, Días de diciembre (2017), también intentaba reconstruir los delicados hilos de la memoria respecto a los familiares, los veteranos y los sobrevivientes de la guerra en Angola. Así, la realizadora alcanzó temprano prestigio en nuestro medio a causa de que su primer documental fue premiado como el mejor en su categoría en la Muestra Joven del ICAIC, y para darle continuidad a sus búsquedas, recientemente se dio a conocer el apoyo del Fondo de Fomento del Cine Cubano, en la categoría de proyecto de largometraje documental, a La línea del ombligo, que acopiará imágenes y recuerdos de sus dos abuelas, y a partir de las vivencias de estas dos mujeres se espera reforzar algunos lábiles contrafuertes de la memoria colectiva de la isla. Después, si encuentra el presupuesto necesario, Carla piensa realizar Ante el camino, que incluye el regreso de sus padres a Bielorrusia para constatar los enormes cambios que han ocurrido en aquel país, y en ellos mismos, desde que estuvieron por primera vez allá, cuando eran jóvenes y estudiaban Filosofía.
A la espera de que Carla Valdés continúe desandando los caminos del cine autorreferencial, vale destacar que su obra, particularmente Los puros, se inscribe en una cierta tendencia del cine joven cubano que, en los terrenos del documental, indaga en testimonios familiares, o en experiencias personales. En ese sentido fueron memorables, por solo mencionar unos cuantos: Extravío (Daniellis Hernández, 2008), The Illusion (Susana Barriga, 2009), El hijo del sueño (Alejandro Alonso, 2016), La música de las esferas (Marcel Beltrán, 2018), El último país (Gretel Marín, 2017) y A media voz (Heidi Hassán y Patricia Pérez, 2019), entre otros. Revisando las señas de enunciación en estos documentales se descubren ciertas evidencias que los asisten en mayor o menor medida: los comienzos in medias res y finales abiertos o nada conclusivos, un discurso fragmentario y a veces aparentemente digresivo, la lógica narrativa asentada más en la acumulación que en la asociación (es decir, toma de distancia respecto a las estrictas formulaciones causales) y por supuesto cierta desprolijidad de las imágenes a partir del hecho de que los propios cineastas suelen manipular la cámara.
En cuanto a las concomitancias temáticas, Los puros reflexiona sobre la presencia cultural de lo soviético en el imaginario colectivo de los cubanos, y en ese sentido, comparte preocupaciones y remembranzas con ficciones o documentales de muy diferentes estilos y propósitos, como Todas iban a ser reinas (Gustavo Pérez, 2006), Páginas del diario de Mauricio (Manuel Pérez, 2006), Lisanka (Daniel Díaz Torres, 2009), Los bolos en Cuba y una eterna amistad (Enrique Colina, 2011), La obra del siglo (Carlos M. Quintela, 2015), Sergio y Serguéi (Ernesto Daranas, 2017) y Un traductor (hermanos Sebastián y Rodrigo Barriuso, 2018), entre otras. Porque Los puros, además de adoptar los códigos habituales del documental autorreferencial, se une también al conjunto de filmes que reflexionan sobre nexos políticos, económicos y culturales expandidos a lo largo de tres décadas. Todavía queda mucho por decir a ese respecto.